martes, 27 de noviembre de 2007

BACHUÉ, LA MADREDIAGUA




Bachué, la madre Chibcha salió de la Laguna de Iguaque, una madrugada, llevando un niño en los brazos.

Era una bella mujer, cubierta solamente por una túnica de pelo negro, que le arrastraba.

Apareció lustrosa, recién escurrida del lago. Una madrediagua morena, garbosa, de senos redondos, firmes, cobrizos, terminados en puntas más oscuras.

Caminaba afirmando las piernas ágiles. Venia de nadar tanto, que se le formaron pantorrillas de hoja de palma, y muslos fuertes.

En los brazos, la criatura también vikinga.

Bachué se instaló entre los Chibchas ; se ganó su confianza y su afecto. Les enseñó las normas para conservar la paz con sus vecinos y el orden entre las gentes de su cercado.

El niño creció y Bachué, encargada de poblar la tierra empezó a ser fecundada por la criatura que había portado en sus brazos.

Los alumbramientos eran múltiples, como los de las conejas, como los de los cafuches, como los de las ratonas; en el primer parto se contaron mellizos; en el segundo trillizos; en el tercero cuádruples; en el cuarto quíntuples, y así hasta que consideró que su tarea reproductora sobre la tierra estaba cumplida.

En pocas edades recorrió muchos cercados y por todas partes dejó criaturas y enseñanzas.

Pasaba el tiempo y la mujer pobladora, no envejecía.

De pronto, su cuerpo se destempló; los senos se le escurrieron; las piernas se le aflojaron; su cuello ya no era lozano; el rostro estaba poblado de arrugas; había un gran cansancio en su mirada.

Sin avisar, de improviso, como había llegado, se fue otra vez a la orilla de la Laguna de Iguaque, acompañada del mismo ser que había traído. Se lanzó a las aguas.

Un gran bostezo del lago la devoró, convirtiéndola en una serpiente, símbolo de inteligencia entre los chibchas.

Los nativos aseguraban que de vez en cuando veían a la culebra, asomar los ojitos brillantes a la superficie de las aguas vidriadas, en las noches de luna, cuando acudían a llevarle ofrendas.

Arrojaban adornos de oro, utensilios y copas doradas, en la seguridad de que ella estaba en el fondo de la laguna, recibiendo los regalos, de buen corazón.

Al varón le pusieron mayor atención. Ella quedó para siempre con el titulo de madre de la humanidad, fuente de toda la vida. Y como venía del agua, los naturales comenzaron a adorar las lagunas y las ranitas, los renacuajos, las lagartijas, todo síntoma de vida que brotara de las aguas.

Fundieron en oro alfileres rematados en batracios, se colgaron al cuello dijes en formas de lagartos y divinizaron a las ranas, que en adelante serían el símbolo de la fertilidad.

Tomado de: Mitos y leyendas. Flor Romero

miércoles, 31 de octubre de 2007

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